jueves, 20 de marzo de 2014

El Niño de Tordesillas

El chico de Tordesillas


Estamos más que acostumbrados a ver en el mundo del cine y la literatura fantástica muchos casos en los que se representan a los visitantes de otros planetas de un modo poco amistoso. Equipados con tecnología todavía imposible para nosotros, nos fulminan y nos paralizan con sus rayos cósmicos para después esfumarse ante nosotros a la velocidad de la luz. Y como suele suceder, la realidad suele superar a la ficción. 



Existen muchos casos documentados de estas extrañas ”agresiones”, hoy, por lo extenso del tema, os dejo el más sonado en España en los últimos tiempos, el caso conocido como “El niño de Tordesillas”, que sacó a la luz Iker Jiménez hace unos años. En breve posteare sobre más casos en el mundo.

1 de Octubre de 1977. Tordesillas (Valladolid)

Un grupo de niños corretean y juegan en las afueras del pueblo. Están jugando al “bote la malla”, una variante del juego del escondite. Dos niños, Martín Rodríguez Rodríguez y Fernando Caravelos, ambos con siete años de edad, se alejan del grupo en busca de un refugio seguro en el que esconderse y se dirigen hacía un antiguo y semiderruido corral próximo a la carretera Valladolid-Zamora. El corral se encuentra en el linde de Tordesillas y ya está anocheciendo, un lugar solitario y alejado en el que los niños confían no ser encontrados por el “buscador” del juego en el que están inmersos.



El lugar es conocido por los niños y saben que en alguna ocasión alguna persona se ha refugiado en el corral por la noche. Por precaución, el pequeño Martín lanza una piedra sobre la tapia. Un sonido seco y metálico semejante “a la chapa de los automóviles cuando chocan” sonó al otro lado. El extraño sonido sorprendió a los dos niños, pues allí dentro tan solo había una antigua maquina de labranza en desuso y ambos sabían que el sonido que habían escuchado no pertenecía al golpe con dicha máquina.

Con precaución entraron al corral y la sorpresa fue mayúscula cuando, en un rincón del corral descubrieron un extraño artefacto parecido a “una gran lágrima de metal”, sostenido sobre tres gruesas patas, y envuelto en mil y un colores que llegaba a hacer visibles las vigas y recovecos de aquel corral sin techo…

El extraño artefacto:
El objeto medía unos 2.80 metros de alto por 1.95 metros de ancho y se encontraba posado en tierra emitiendo un sonido muy tenue. Tres ventanas circulares a modo de “ojos de buey” por las que surgía una luz muy parecida a los colores rosas y azulados de las pompas de jabón parecían escrutarlo desde la oscuridad. La forma de ovni, según los testigos (el testigo), era como una pera metálica o como el gorro típico de Semana Santa pero más ancho por su base. Las patas, aferradas al suelo, tenían una serie de líneas en zigzag que las recorrían de arriba abajo. En pleno centro de su estructura, una puerta dividida en dos como las de los ascensores, se dibujaba cerrada y con un color metálico brillante. Asimismo, y en el lateral derecho, una especie de tobera formada por varios cilindros sobresalía envuelta en una especie de vapor condensado. Al elevarse también pudieron observar unos pinchos en la base de las patas.



La agresión:
Tras unos instantes, el  objeto comenzó a elevarse con un movimiento de balanceo. Fernando saltó hacia atrás a la desesperada e intento agarrar a Martín para apartarlo de un halo de luz que surgía del centro del objeto. Pero no pudo hacerlo. El muchacho había quedado atravesado por un haz fino y semejante “a las líneas de luz solar que se ven a través de las persianas” que cruzaba la estancia y le traspasaba el abdomen. Fernando, visiblemente asustado, intentó una y otra vez “quitar los rayos” del cuerpo de su amigo, pero fue en vano. Salió al exterior gritando para avisar a los demás. En el interior del corral, Martín seguía con las manos aferradas al estómago, pero sin poder zafarse de una daga de luz que lo mantenía allí sujeto.

“La sensación que tuve fue que algo se me metía en el interior de la tripa. Algo que me dejaba enganchado sin permitir moverme adelante ni atrás. Fue entonces cuando comencé a marearme y a sentir que se me iba el sentido. Esa fue la última imagen que tuve, Creo que caí hacia atrás al tiempo que aquello aceleraba recto y en vertical hacia el cielo mientras las patas se metían dentro del aparato.”


Pocos minutos después, Fernando y el resto de niños que habían acudido tras los gritos de alerta, llevaban en volandas a Martín hasta su domicilio en estado semiinconsciente. No podía articular palabra, su color se había vuelto amarillento y tenía las pupilas completamente dilatadas.

El padre de Martín, tras escuchar lo sucedido, supuestamente por Fernando, acude junto con un amigo al corral donde encontraría tres huellas humeantes en posición triangular y un círculo donde la tierra parecía haber sido abrasada. Llenaron una bolsa de plástico con la tierra ennegrecida y volvieron a casa.

(Un posterior estudio de la tierra por parte de Iker Jiménez, veinte años después del suceso, arrojaría el dato de que la tierra estuvo sometida a 600º, sin más datos relevantes.)

Las consecuencias:
Tras los hechos relatados, el pequeño Martín, que hasta entonces había gozado de una salud estupenda, comienza a encontrarse mal. Sufre de dolores estomacales, vómitos y mareos, perdidas de visión…

Tras unas primeras observaciones por los médicos de Tordesillas, Martín es ingresado en el hospital Onésimo Redondo de Valladolid. En este punto comienza una verdadera odisea donde la vida del Martín Rodríguez Rodríguez pende de un hilo en varias ocasiones. En pocos años sufrirá catorce operaciones, las recaídas y las entradas al hospital en estado de coma se convertirán en algo rutinario para él y su familia.

” En el colegio se llegó a hacer una colecta para comprarme flores. Cada niño puso cinco duros. Cuando llegué a Tordesillas me di cuenta de que me habían hecho una mortaja. Aquello no se puede olvidar. lo que ocurre es que había vuelto a salvarme… y esta vez nadie lo esperaba. Todos me daban por muerto…”

Increíblemente, Martín se sobrepuso a todas las operaciones. Trece de ellas a modo de trepanación, abriendo su cráneo para controlar el sistema valvular artificial que le pusieron tras diagnosticarle “estenosis a nivel del acueducto de su tercio superior” (Hidrocefalia). La infancia de Martín transcurrió entre vendajes y heridas, con el paso de los años superó la enfermedad aunque todavía hoy en día sufre las consecuencias de tan delicadas operaciones, pero hace una vida normal.

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